¿Salvar al capitalismo?
Primera de tres partes.
Si una persona desempleada y angustiada por la pobreza afirma que el capitalismo es un sistema económico, político y cultural que nos lleva inevitablemente a la destrucción no sería nada relevante; pero si quien lo dice es Joseph E. Stiglitz son palabras mayores.
La revista Nexos publicó un cuaderno especial que tituló: “La socialdemocracia: ¿Qué futuro?
Uno de los siete ensayos publicados en el cuaderno es “Por un capitalismo progresista”, en él Stiglitz afirma que la economía de mercado no funciona para amplios sectores de la sociedad.
Sostiene además que para los Estados Unidos de Norteamérica ha sido un desastre que tuvo como resultado que para el 90% de la población el salario real sea el de hace cuarenta años con la agravante de que el 21% de los niños estadunidenses crece en la pobreza y “es indudable que la subinversión persistente en educación pública afectará la futura productividad”, en otras palabras, el experimento neoliberal fracasó bajo cualquier tipo de criterio que se emplee para evaluarlo.
Stiglitz afirma contundente:
“Lo que está en juego, en Estados Unidos y en Europa, es la prosperidad compartida y el futuro de la democracia representativa. La explosión de malestar público de estos últimos años en todo Occidente es reflejo de una creciente sensación de impotencia económica y política de parte de los ciudadanos, que ven sus posibilidades de tener una vida de clase media evaporarse ante sus ojos. ” Concluye con dramatismo: “tenemos que salvar al capitalismo de sí mismo“.
La propuesta de Stigitz es avanzar hacia un Capitalismo Progresista. Un re-balanceo pragmático del poder entre el Estado, los mercados y la sociedad civil que permita avanzar hacia un sistema más libre, más justo y mas productivo. Un capitalismo que sea capaz de aceptar un nuevo contrato social para el siglo XXI que garantice a todos los ciudadanos acceso a atención médica, educación, seguridad al momento del retiro, vivienda asequible y trabajo digno con remuneración digna.
El planteamiento del laureado economista es sin duda posible, si consideramos que somos los seres humanos los que definimos el devenir de nuestra propia historia; lo cuestionable es que se considere que las reformas planteadas por Stiglitz sean posibles en el seno del capitalismo.
No gustará a muchos si afirmo que Karl Marx demostró que al modo de producción capitalista le es esencial que los dueños del capital se apropien o enajenen el producto del trabajo de otros bajo la forma de explotación. Nada tiene que ver en esto la ambición, maldad de la burguesía o cualquier otro valor ético, la raíz de todo esto se encuentra en el despojo de que se hace víctima a la mayoría, de sus medios de producción para procurarse la vida. El capitalismo no entiende de discursos moralizantes, obedece a una lógica ciega de incremento de ganancias y rentas que nos está conduciendo a la miseria y a la destrucción del planeta.
Las consecuencias políticas, normativas, culturales y sociales de ese modo de producción, son las que ha descrito Stiglitz en su ensayo.
Resulta tan ilusorio sostener la posibilidad de un capitalismo humanitario, como afirmar que el león pueda volverse vegetariano.
Por otro lado, sostener la tesis que puede haber un capitalismo progresista es como afirmar que podríamos lograr un ave vuele. Si algo tiene el capitalismo es su capacidad vertiginosa de progreso científico y tecnológico; al capitalismo no hay que salvarlo, hay que detenerlo y desarticularlo.
En la dimensión política de las soluciones propuestas por Stiglitz, sus argumentos sirven de fundamento a la socialdemocracia internacional para replantearse la posibilidad de constituirse en una alternativa política en Europa, los Estados Unidos, pero sobre todo en México.
Las críticas que en el cuaderno de la revista Nexos se hacen a la Cuarta Transformación lopezobradorista, no solo tienen origen en el miedo al populismo nacionalista autoritario que según algunos representa el actual presidente de México Andrés Manuel López Obrador; sino quizás en el temor a la emergencia de un movimiento social que termine por conducir a los millones de mexicanos desposeídos a una lucha anticapitalista, que podría incluso incendiar a los mismos Estados Unidos que hoy sufre serios conflictos al interior de su élite política.